lunes, 29 de octubre de 2007

El eterno secreto

Pedro tenía 10 años cuando encontró esa botella. Su familia era pobre y él vivía recolectando cosas viejas que encontraba en la pampa para venderlas. Esa botella brillaba de lejos, Pedro recuerda perfectamente el centelleo único de esa garrafa en el medio de la nada, con un sol agotador y un viento espantoso golpeando en su rostro. Corrió hacia ella y la cogió delicadamente, y antes de que pudiera apreciar todas las joyas que adornaban su contorno y todo el resplandor que estas emanaban, una niebla casi espumosa comenzó a emerger de la extraña botella, un insólito humo de colores fucsia y naranja que velozmente se fueron haciendo más y más grande, llegando a alcanzar en tan sólo unos segundos unos 4 metros de altura. El pequeño Pedro, asustadísimo, mira atónito la parte superior de esta extraña humareda que parecía tener vida, y de la pura impresión se cae de espalda. En el piso, y sin poder si quiera levantarse, grita hacia arriba, ¡¿Quién eres tú?!. La bruma comienza a emitir un sonido parecido al soplo del viento, pero más siniestro aún. Luego, una voz anciana se escucha toser, y posteriormente decir con un raspado tono de sabiduría:

- No sé quién eres, y no me importa. Has descubierto un elixir único… irreal, ahora tendrás la oportunidad de probar la vida eterna…
- ¿La vida eterna? -Grita el pequeño Pedro sin entender nada, al mismo tiempo que decide quedarse inmóvil y esperar a que el celaje dijera algo más:
- Mira pequeño… prueba un poco… -La niebla se desprende de la botella y se mantiene suspendida en el aire.- Vamos muchacho… acércate a la botella.

Pedro, del puro miedo, hace caso inmediatamente. Se aproxima al frasco y comienza a olerlo. La voz anciana se escucha otra vez y con más lentitud:

- No olfatees nada, no hay olor en esa sustancia. Sólo digiérela muchacho… y la vida eterna será tuya.
- Pero yo no quiero la vida eterna. -Pedro tirita al decir esto.
- ¡¿Qué has dicho?! –La vieja voz se siente ofendida y se enfada un poco.
- ¡No no no! Espere señor… supongo que… tengo algo de sed, puedo tomar un poco.
- Muy bien muchacho. Bebe de una buena vez la pócima que te ofrezco…
- Está bien, ahí voy…

Pedro bebe un poco, luego se da cuenta de que el líquido que contiene la botella es más sabroso de lo que él creía, y le fue imposible dejar de ingerir. De un solo sorbo se tomó todo lo que había dentro. Después de esto, la extraña sustancia gaseosa vuelve a hablar.

- Has bebido del brebaje eterno. Tu vida será una sola por siempre, que la felicidad reine en ti pequeño…

La humareda desaparece y todo vuelve a la normalidad, la botella comienza a tambalearse de un lado a otro, para luego reventar en mil pedazos. Pedro no entendía nada. Tampoco se sentía raro, pues el líquido no había causado ningún efecto secundario en él. Sin entender nada se queda de pie pensando un momento en lo ocurrido.

Tras esta inesperada situación, Pedro corrió a su casa y le contó a su madre, a sus hermanos, a sus amigos. Nadie le creyó. Es más, se burlaron de él por mucho tiempo, marcando un trauma en su etapa de niñez que lo siguió por algunos años después.

El tiempo pasó y Pedro creció, al mismo tiempo que olvidó ese particular incidente, recordando lo ocurrido como un sueño o tan sólo el producto de su imaginación, como le decían irónicamente sus amigos y hermanos.

Cuando Pedro cumplió los 17 años, perdió a toda su pobre familia en un horrible incendio ocurrido en el campamento donde vivía. Pedro se salvó, pues como era de costumbre, todas las noches salía mendigar en las calles, robándole a los despistados transeúntes que pasaban por ahí a altas horas de la noche. La madre, quién habría causado el accidente quedándose dormida de tanta ebriedad y con un cigarro encendido, se habría calcinado completamente. Sus cuatro hermanos menores también.

Desde entonces la vida de Pedro pasó de ser miserable a transformarse en algo peor que la de un perro callejero. Vivió de robos y asaltos casi toda su juventud. Viajó de un lugar a otro, marchando lejos de su tierra natal para conocer la gran ciudad, y así mejorar su vida. Lamentablemente escogió a los amigos equivocados, pues se metió con mafias que traficaban drogas, perdiendo de esta forma dos dedos de su mano izquierda en un sangriento tiroteo con otros sicarios.

En uno de sus tantos viajes, escuchó un mito urbanizado del cuál todos hablaban. Primero se lo contó su novia, Juana, quién le gustaba esparcir el parloteo especulado por doquier. ¿Conoces el mito de la botella mágica? Es verdad, hay una botella mágica por ahí, y dicen que se aparece un mago, igual que la lámpara, pero en vez de eso una botella. En un comienzo Pedro no hizo caso, quizás por el olvido de aquella situación en su infancia, o porque de verdad nunca tomó en serio a Juana, a quién mató tiempo después por haberlo engañado con un ex miembro de la mafia a la cuál él pertenecía.

Luego escuchó otra vez ese mito del pueblo. Esta vez fue su propio jefe, el señor Benito, quién comentó la historia: Dicen que da la vida eterna, puede ser verdad, pero contanto problema oiga uno no está para aguantar tonteras toda la vida. Fue entonces cuando presintió que quizás tal leyenda lo estaba persiguiendo, y empezó a hacer memoria sobre otras cosas que habrían ocurrido aquel día. Se asustó. Recordó detalles. Todas las cuestiones que decía la gente él ya los conocía por experiencia propia, pero lentamente se fue percatando de ello. Un día, decidió averiguar en profundidad sobre lo que se decía de esa botella. Cuando por fin recolectó toda la información realizó una suerte de mapa mental, reparando en que todas las características calzaban perfectamente, la niebla fucsia, la profunda voz, las luminosas joyas que la adornaban, etc. Todo indicaba que Pedro habría tomado un trago de esa misteriosa botella.

Después de concretar el gran descubrimiento, meditando al respecto en su oscura y humilde habitación, comprendió que si estaba en lo cierto entonces podría vivir para siempre como todos decían, con lo que podría obtener todas las riquezas del mundo, o mucho mejor… dominarlo. La inmortalidad abría su mente a ambiciosas posibilidades. Pedro le preguntó a su amigo Marcos Cáceres, uno de los pocos en quién confiaba, si creía en tal historia. Marcos no era muy amigo de los cuento populares.

- No lo sé. La gente inventa cosas. Tú sabes.
- Sí, es verdad, pero esta historia viene de hace tiempo, incluso hay datos que son muy específicos como para ser inventados por la gente mediocre que las anda predicando. -Pedro quería creer.
- Bueno, entonces puede ser cierto, pero hasta que no vea la botella esa y el humo y la voz y todo eso, para mí seguirá siendo nada más que un simple cuento.

A Pedro se le ocurrió que, contándole a Marcos sobre su experiencia con la botella, podría obtener una aprobación que le ayudara a aclarar sus dudas, o sólo un consejo más de su único amigo.

- ¿Te puedo confiar un secreto?
- Sí Peter, tú sabes que puedes confiar en mí.
- Bueno. Es que… yo… yo probé de esa botella cuando era pequeño.

Pedro le contó toda la historia a Marcos, detalle a detalle. De pronto todo se le vino a la mente, y recordó hasta como andaba vestido ese día.

- No te creo.
- ¡Te lo digo en serio Marcos!
- ¡Pero cómo es posible que te hayas encontrado esa botella y no le hayas contado a nadie! Por eso no te creo.
- Le conté a mí familia, a mis amigos. Nadie me creyó. Se burlaron de mí, porque ellos no conocían la historia. Menos yo.
- Todos conocen la historia.
- La gente pobre que vivía en la pampa como yo no la conocía.
- No te creo. Imagínate, ¿Vivir para siempre? Eso no puede ser, nadie es Dios más que Dios.
- Yo tampoco creo que sea cierto eso de vivir para siempre. Imposible. Pero de lo que sí estoy seguro es que cuando era pendejo me encontré con esa botella, con el humo, con la voz de viejo que tenía el humo que salió de ahí, y que me hizo tomar del trago ese. ¡No te miento Marcos, es verdad!
- Bueno Peter, hay una sola forma de saber si estas diciendo la verdad o estas mintiendo. Te tengo que matar.
- ¡Qué! -Pedro sonríe con extrañeza, mientras Marcos saca un arma bajo el Cinturón que llevaba puesto.- ¡No para, qué estás haciendo!
- ¡Pero vamos! ¿De otra forma cómo sabrás si eres inmortal o no?
- Debe haber otra forma hombre. -Pedro se enseria y Marcos guarda el arma con un rostro de desconcierto.- Bueno, no lo sé, vamos a dormir mejor, que mañana nos tenemos que levantar temprano.
- Sí. Está bien. -Marcos estaba inquieto, no quería acostarse. Aun así lo hizo, pues al día siguiente debían encontrarse con su jefe, para realizar un peligroso intercambio de drogas en un muelle abandonado.

Pedro y Marcos vivían juntos en la misma pensión de pacotilla. Pedro se durmió al instante. Marcos no pudo, la curiosidad lo desveló. ¿Qué pasaría si este imbécil estuviera diciendo la verdad? Pensó toda la noche lo mismo. La historia que le habría contado Pedro unos minutos antes le parecía tan verdadera que la duda se le hizo insoportable. Todas las consecuencias que (si fuese verdad) esto traería lo hicieron cuestionar su voluntad, su lealtad. El peso del secreto lo enloqueció. ¡Tengo que probar si es verdad! Cogió el arma nuevamente y se paró justo en frente de Pedro, apuntándolo con certera frialdad en su mirada. Pedro dormía plácidamente a eso de las tres de la mañana, y no habría ningún ruido molesto que lo pudiera despertar. Un irreconocible Marcos transpiraba como nunca antes, trepidando temblorosamente cada vez más. ¡Perdóname Pedro, pero no aguanto más, debo saber si es verdad o no, debo hacerlo, y estoy casi seguro que es así! No te prerocupes, no dolerá nada... Después de esperar unos fatídicos dos minutos, y con sus ojos empapados en lágrimas, Marcos se decide y aprieta el gatillo velozmente. La bala retumba en el cráneo de Pedro y tiñe la almohada de un rojo tan oscuro como aquel departamento. Sin poder recuperar el habla, Marcos enciende la lámpara y repara en que del pequeño agujero que le había dejado en la frente a Pedro todavía salía humo. ¡¿Pero qué he hecho?!. Marcos no podía creer lo que estaba viendo. Pedro tenía la boca semiabierta y los ojos emblanquecidos, como si le impacto le hubiera causado dolor alguno. Marcos se tiró al piso y rompió en llanto. Comenzó a golpear su cabeza exasperadamente contra el suelo. No aguantó más presenciar el cuerpo de su amigo clavado en el colchón, todo por una ambición estúpida de saber la verdad, una inesperada ocurrencia que llegó de manera fatídica junto con la curiosidad. Cogió el mismo revolver y se voló los sesos justo en frente del otro cadáver, en el mismo lugar donde habría cometido el peor error de su vida unos minutos antes. Los dos féretros yacían muertos en aquel departamento.

Al día siguiente, bastante molesto, el señor Benito se dirigió a buscar a Pedro y a Marcos, pues -obviamente- no se habrían presentado al trabajo esa mañana. Mientras su jefe, acompañado de otros dos matones, golpeaba fuertemente la puerta de la habitación donde estaban estos dos -a eso de las 11 de la mañana-, Pedro despertaba con el molesto ruido que producían los mafiosos, y un insoportable dolor de cabeza que ni siquiera le permitía abrir los ojos lo invadía terriblemente. ¡Abran la puerta malditos holgazanes!, la voz del jefe demostraba una ira tremenda, y cada vez se incrementaba mientras nadie respondía a los fuertes golpes que le daba a la puerta. Cuando Pedro logra recapacitar y abrir los ojos, descubre el cuerpo de su amigo Marcos tirado en el piso, con toda la nuca reventada y una inmensa mancha de sangre derramada. Pedro quedó atónito, pero poco antes de reaccionar, descubrió que al otro lado de la puerta estaba su jefe reclamando porqué no se habían presentado al trabajo. El señor Benito no era piadoso, y no daba segundas oportunidades a simples peones como Pedro y Marcos. Pero este último estaba muerto, tenía la cabeza reventada de un balazo que se dio en la noche ¡¿Porqué no habré escuchado nada?! Pedro, sin poder recapacitar en la escena que estaba frente a sus ojos, comienza a vestirse rápidamente, evitando meter la menor bulla posible. ¡Si el jefe ve el cuerpo de Marcos allí tirado pensará que yo lo maté! Tengo que salir de aquí e irme de la ciudad, estos me van a perseguir por todas partes, pensó, y mientras se vestía reparó en un detalle que lo descolocó. ¡¿Porqué hay sangre en mi almohada?! Siguió recogiendo sus cosas mientras trataba de descifrar todos los misteriosos detalles frente a sus ojos, mientras la voz del señor Benito se elevaba más y más. ¡Voy a derribar la puerta hijos de puta!, esas fueron las últimas palabras que Pedro escuchó tras salir por la ventana y bajar trepando por el edificio.

Pedro juntó todo su dinero y se fue lo más lejos posible de la ciudad. Dejó de ser un sicario, y se dedicó a robar casas sin usar armas, después de lo que vivió las odiaba. Quiso olvidar todo lo ocurrido ese día también: Estas cosas pasan, se decía a sí mismo. Jamás recordó además, la conversación de la inmortalidad que tuvo con Marcos, ni mucho menos la experiencia que vivió cuando era pequeño en la pampa nortina. Pedro cambió de vida, pero no de cuerpo.

No hay comentarios: